En el corazón del debate cultural contemporáneo, el poliamor ha dejado de ser únicamente una elección íntima para convertirse en una poderosa herramienta de señalamiento moral.
Según Rob Henderson, este fenómeno representa una “creencia de lujo”, es decir, una postura simbólica que las élites educadas y progresistas adoptan para demostrar su virtud política. Desde una posición de seguridad económica y social, pueden abogar por la abolición de normas tradicionales —como la monogamia o incluso el sistema carcelario— sin enfrentar directamente los efectos de dichas ideas en sus propias vidas.
Esta doble moral se manifiesta con claridad en los entornos universitarios de élite, como Yale, donde los propios compañeros de Henderson aseguraban en privado que sus planes personales incluían casarse, tener hijos y formar familias estables. Sin embargo, en público, denunciaban esas mismas prácticas como obsoletas, patriarcales o represivas. Así, mientras que la monogamia es denigrada discursivamente, en lo cotidiano se conserva como aspiración silenciosa y práctica estratégica.
El riesgo radica en que estas posturas, al ser promovidas por figuras con gran capital simbólico, tienden a proyectarse como modelos universales. Pero lo que para las élites representa una elección performativa o un experimento pasajero, para sectores marginados puede traducirse en inestabilidad emocional o relacional. Las condiciones materiales que permiten sostener el poliamor —como acceso a terapia, tiempo libre, autonomía financiera— no están igualmente distribuidas en la sociedad.
En este contexto, Henderson denuncia lo que llama una “cultura de validación desde el confort”, en la que las élites celebran comportamientos que jamás aceptarían para sus propios hijos. Validar, por ejemplo, relaciones múltiples y desestructuradas en comunidades vulnerables, mientras en lo privado se elige lo contrario, reproduce una forma de cinismo social profundamente desigual. La moral progresista, lejos de ser emancipadora, puede convertirse en una forma sofisticada de paternalismo.
Este choque entre el ideal romántico del amor libre y la realidad afectiva cotidiana ha generado una brecha entre el discurso y la experiencia. Aunque el poliamor suele romantizarse como sinónimo de autenticidad y libertad, muchos testimonios —incluso en espacios liberales— dan cuenta de celos, heridas emocionales y conflictos no resueltos. Las emociones humanas, por más modernas que se declaren las relaciones, siguen exigiendo contención, claridad y responsabilidad.
Por ello, las llamadas creencias de lujo, al no ir acompañadas de prácticas coherentes o compromisos reales, se vacían de sentido transformador. Promover nuevos modelos afectivos sin asumir sus costos —ni en lo individual ni en lo colectivo— solo refuerza el privilegio de quienes pueden elegir sin consecuencias. La transformación cultural no puede ser solo una consigna; debe incluir también el coraje de vivir las ideas con integridad.
Fuente: “Polyamory is a luxury belief”, UnHerd. Recuperado de: https://unherd.com/2024/02/polyamory-is-a-luxury-belief/
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