Cargando portada…
Cargando “Política”...
Cargando “Nacional”...
Cargando “Geopolítica”...
Cargando “Viral”...
Cargando “Discurso”...
Cargando “Sociedad”...
Cargando “StoryBoard”...

Rumiación mental y poder: cómo la ansiedad fabrica sociedades gobernables

La escena inicial podría rodarse dentro de la cabeza de cualquiera: una voz que no se apaga, pensamientos que rebotan entre el pasado y el futuro, escenarios imaginarios de fracaso o promesa.

Emiliano Bruner, paleoneurobiólogo, sostiene que ese rumiar mental no es un fallo del sistema, sino una característica biológica profundamente arraigada. Nuestra mente genera mundos que no existen, compara sin descanso lo que es con lo que podría ser, y activa una insatisfacción constante que rara vez encuentra reposo. Esa turbulencia interior, dice, es el peaje invisible de nuestra propia evolución.

En términos evolutivos, el coste no lo paga la especie, lo paga el individuo. Ser “simios emocionales y obsesivos”, competitivos y compulsivos, nos hizo más aptos para sobrevivir y reproducirnos, pero también más proclives a vivir en una búsqueda infinita. La capacidad de proyectar información hacia atrás y hacia adelante en el tiempo sostiene nuestra complejidad social y cultural, aunque genere una narrativa interna imparable, tejida de recuerdos, expectativas y miedo. Bruner lo resume en un diagnóstico incómodo: somos ocho mil millones de monos cuya mente está programada para la insatisfacción crónica.

Ese malestar, sin embargo, no es políticamente neutro. Bruner recuerda que la ansiedad implícita acompaña a Homo sapiens desde hace decenas de miles de años, y casi siempre ha sido explotada por los grupos de poder. Política, religión y mercado han aprendido a capitalizar nuestros miedos, esperanzas y emociones conflictivas para construir autoridad. No solo se benefician de este desasosiego ontológico, sino que lo fomentan porque es la base misma de su dominio simbólico. Curar los síntomas sin tocar las causas mantiene al individuo sufriendo y al sistema funcionando.

En la era de lo viral, esta lógica se vuelve storyboard perfecto para la comunicación política y comercial. Cada notificación prometiendo un futuro mejor, cada titular alarmista o promesa salvadora, engancha justo ahí donde nuestra rumiación busca alivio o explicación. El scroll infinito no solo distribuye información: amplifica nuestra inflamación psicológica, ofrece objetos concretos a los que pegar ese malestar difuso y, de paso, dirige la ansiedad hacia enemigos, chivos expiatorios o productos milagro. La mente rumiadora es el algoritmo original; las plataformas solo aprendieron a programar sobre ella.

Bruner también cuestiona el fetiche de la “inteligencia” como medida del valor humano. La imaginación y el lenguaje, nuestro supuesto superpoder, son también la fuente de ese sufrimiento reiterado, porque permiten generar sinfín de imágenes y palabras que alimentan la hoguera mental. Frente a una inteligencia entendida como capacidad de resolver problemas, él reivindica la sabiduría como habilidad para evitarlos. La disputa por el poder pasa, entonces, por el discurso: quién nombra el problema, quién narra el malestar, quién ofrece el guion de salida.

La noción de “inflamación psicológica crónica” que propone el autor encaja con una sociedad atravesada por estrés, productividad y sobresaturación informativa. No se trata solo de un fenómeno clínico, sino de un contexto social que mantiene elevada la temperatura emocional para que la ciudadanía sea más predecible y manipulable. La ansiedad se convierte en infraestructura invisible: sostiene mercados, legitima políticas de miedo, justifica doctrinas religiosas que prometen consuelo. La rumiación ya no es solo un estado mental, sino un recurso estratégico para sostener estructuras de poder.

Si pensáramos este diagnóstico como storyboard social, podríamos dibujar tres escenas encadenadas. Escena uno: un cerebro hiperactivo que rumia su propio malestar, sin poder detener la máquina de recuerdos y previsiones. Escena dos: un mensaje viral que ofrece una causa simple y un culpable claro para ese malestar complejo. Escena tres: un líder, una marca o una institución que se presenta como salvación razonable frente al caos percibido. El resultado es una narrativa seductora donde el poder se ofrece como anestesia simbólica para una mente sobrecargada.

Queda, sin embargo, un margen para la resistencia comunicativa. Bruner apunta a la atención entrenada y a los vínculos humanos profundos como formas de mitigar esta programación cruel. En clave de comunicación, eso implica construir discursos que no exploten la ansiedad, sino que la desactiven, que sustituyan la explotación del miedo por la alfabetización emocional y la reflexión crítica. Reescribir el storyboard del poder pasa por reconocer que el campo de batalla principal no es la pantalla, sino esa voz interior que nunca deja de hablar.

Crédito de la fuente:
Basado en la entrevista de Ángel L. Fernández a Emiliano Bruner, «Curando los síntomas pero no las causas, el problema persiste, y los curanderos ganan poder», Revista Mercurio, 8 de octubre de 2025, y en el libro La maldición del hombre mono (Crítica, 2025). 

Redacción

Adéntrate en esta aventura digital. Nuestros textos y videos fueron cuidadosamente escogidos para informarte y entretenerte.

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente

ANUNCIO